Entrevista con Sami al-Haj, ex preso de
Guantánamo y periodista de al-Jazeera
31 de julio de 2008
Andy Worthington
La siguiente inspiradora entrevista con Sami al-Haj, liberado de Guantánamo el 1
de mayo, fue realizada por la periodista Silvia Cattori durante la
reciente visita de Sami a Suiza. Fue traducida al inglés por Sue Bingham y
publicada por primera vez en el sitio web de la organización británica de
derechos humanos Cageprisoners. Esta es una versión ligeramente editada. Nota:
Sami ha explicado recientemente que su nombre se translitera como Sami El-Haj,
pero me he quedado con la grafía antigua, ya que es como se le conoce más
comúnmente.
Erguido y alto, un hombre impresionante y profundamente introspectivo, Sami al-Haj camina cojeando
y con la ayuda de un bastón. Ni la risa ni la sonrisa iluminan el refinado
rostro de este hombre, viejo antes de tiempo. Le invade una profunda tristeza.
Tenía 32 años cuando, en diciembre de 2001, su vida, como la de decenas de
miles de musulmanes, se convirtió en una horrible pesadilla.
Sufrió horrores. Debilitado por una huelga
de hambre que duró 438 días, liberado
el 1 de mayo de 2008, le saluda atentamente y con dulzura. Le habla con calma
de un mundo cuyo horror paralizante y asfixiante escapa a su comprensión.
"He venido a Ginebra, la ciudad de las Naciones Unidas y de la libertad, para pedir que se
respete la ley, para exigir el cierre del campo de Guantánamo y de las cárceles
secretas, y para exigir que se ponga fin a esta situación ilegal", dice
tranquilamente. La palabra está pronunciada. Todo es "ilegal"; todo
es falso, manipulado, absurdo y kafkiano en esta guerra librada esencialmente
contra los de confesión musulmana.
En Guantánamo, espoleado por su pasión por la justicia y su convicción de que la misión de
todo periodista es dar testimonio de lo que ve, Sami al-Haj tuvo la fuerza
psicológica de seguir adelante, resistiendo a los peores abusos y dejando de
lado su propio sufrimiento. Sus experiencias fueron extremadamente dolorosas,
pero fue capaz, incluso en los peores momentos, de aferrarse a la esperanza de
salir con vida. Y saber que tenía que observarlo todo para poder contarlo al
mundo le ayudó a soportar lo insoportable.
Además, gracias a la visión de este horrible lugar (que podría haber sido su tumba) con el ojo
objetivo del periodista, Sami al-Haj pudo sobrevivir y mantenerse cuerdo.
Otros, que no tuvieron tanta suerte como él, murieron [ver aquí
y aquí]
o se volvieron locos, por lo que no pudieron relatar sus experiencias.
Sin lápiz ni papel, Sami al-Haj se obligó a memorizarlo todo para, incluso enjaulado, seguir
adelante con su trabajo de "periodista de al-Jazeera cubriendo una noticia", según sus propias palabras.
Hoy le mueve la idea de llamar la atención del mundo sobre esas decenas de miles de presos que
siguen sufriendo tratos inhumanos en las cárceles de Guantánamo, Bagram y
Kandahar [e Irak]. Responde incansablemente y con buen humor a todos los periodistas
que le entrevistan, con la esperanza de que sus palabras permitan que se
escuche a quienes ya no tienen voz.
Silvia Cattori: ¿Cómo se siente, tan sólo unas semanas después de su liberación?
Sami al-Haj: Me siento bien, gracias. Cuando veo que la gente se compromete a
salvar a seres humanos y a luchar para defender sus derechos, me reconforta
mucho. Por supuesto, cuando salí de Guantánamo, hace dos meses, me encontraba
muy mal. Pero ahora me siento mejor, al descubrir que la gente de fuera lucha y
no pierde de vista el objetivo principal: lograr la paz y la libertad para todos.
Silvia Cattori: Después de esos dolorosos años pasados en los campos, ¿cuáles son sus
sentimientos más fuertes y sus mayores esperanzas?
Sami al-Haj: Por supuesto, estoy contento de volver a ser
libre. Me he reunido con mi familia, mi mujer y mi hijo. Durante seis años y
medio no me vio y tuvo que ir a la escuela sin mí. Me esperaba y me decía:
"Papá, ¡te he echado tanto de menos! Me sentía muy triste, sobre todo
cuando veía a mis amigos del colegio, con sus padres, y me preguntaban dónde
estaba mi padre. No tenía respuesta que darles. Por eso le pedí a mi madre que
me llevara al colegio en coche, porque no quería que siguieran haciéndome esa pregunta".
Le dije a mi hijo: "Ahora podría llevarte a la escuela, pero debes comprender que tengo un
mensaje que dar, una causa justa que defender. Quiero luchar por la causa de
los derechos humanos, por los que han sido privados de su libertad. No quiero
luchar solo. Hay miles de personas que se levantan y luchan allí donde se ataca
la dignidad humana. No olvidéis que luchamos por la paz, por defender los
derechos allí donde se niegan, por un futuro mejor para vosotros. Quizá algún
día lo consigamos, y entonces podré quedarme contigo y llevarte a la escuela".
No sé si lo entendió, porque todavía es muy pequeño, pero me sonrió. Mi mujer tampoco quería que
volviera a marcharme. Pero cuando le recordé la horrible situación en la que se
encuentran los presos de Guantánamo, y que ellos también tienen una familia,
hijos, hijas, una esposa a la que echan muchísimo de menos, y que si yo no
lucho estas personas seguirán encarceladas aún más tiempo, comprendió que debía
seguir viajando, sumando mi voz a todas las demás voces, para que los detenidos
puedan volver a casa lo antes posible. Me dio todo su apoyo. De camino al
aeropuerto me dijo: "Rezaré por ti".
Silvia Cattori: Entonces, al ir a Afganistán a filmar las masacres de civiles,
víctimas de la guerra del Presidente Bush, ¿usted mismo se convirtió en una de
sus víctimas? ¿No tiene miedo de lo que pueda volver a ocurrirle?
Sami al-Haj: Para mí no hay duda: continuaré mi trabajo como periodista. Debo
seguir llevando un mensaje de paz, pase lo que pase. Por mi parte, he pasado
seis años y seis meses en prisión, lejos de mi familia, pero para otros fue
mucho peor. Perdí a un amigo muy querido, periodista de al-Jazeera: murió en
Bagdad, asesinado cuando bombardearon el hotel donde se alojaba. También perdí
a una colega que trabajaba conmigo en al-Jazeera, a la que considero una
hermana: ella también murió en Bagdad.
Muchas personas han perdido la vida a causa de esta guerra. Debes saber que la administración Bush
quería impedir la cobertura de los medios de comunicación libres, como
al-Jazeera, en Oriente Medio. Las oficinas de al-Jazeera en Kabul y Bagdad
fueron bombardeadas.
En 2001, cuando dejé a mi hijo y a mi mujer para filmar la guerra iniciada por Estados Unidos contra
Afganistán, tenía que esperar encontrar la muerte durante un bombardeo. Fui
allí plenamente consciente de los riesgos. Todo periodista sabe que cumple una
misión y que debe estar dispuesto a sacrificarse para dar testimonio de lo que
ocurre, a través de sus películas y sus escritos. Y para ayudar a la gente a
comprender que la guerra no trae más que la muerte de inocentes, destrucción y
sufrimiento. Basándonos en esta convicción, mis colegas y yo fuimos a países en guerra.
Ahora, tras todos estos años de cautiverio, puedo volver a hacer algo para contribuir a la paz. Voy a comprometerme con
este objetivo hasta conseguirlo. Estoy seguro de que un día, aunque no recoja
personalmente los frutos, conseguiremos alcanzar la paz y el respeto de los
derechos humanos, así como la protección de los periodistas en todo el mundo.
Estoy seguro de que veremos el día en que los periodistas dejen de ser
torturados o heridos por hacer su trabajo, defender el derecho de las personas
a la información y poner de relieve las violaciones de los derechos humanos.
Silvia Cattori: Ha dicho al principio que se encuentra bien. Pero después de una
experiencia tan terrible, y teniendo en cuenta que fue liberado sin ningún tipo
de disculpa por parte de sus torturadores, ¿cómo es capaz de hablar de todo
esto sin resentimiento ni amargura?
Sami al-Haj: Por supuesto, lo que me ocurrió fue muy duro y mi situación personal
es difícil. Pero cuando pienso en los que siguen en Guantánamo, y en sus
familias a las que echan mucho de menos y que no tienen noticia alguna de
ellos, me digo que mi situación, por difícil que sea, es mejor que la suya.
No puedo olvidar que en Guantánamo he dejado hermanos que han sido aplastados, que se han vuelto
locos. Pienso en particular en un médico
yemení que ahora vive desnudo en su celda porque ha perdido la razón.
Silvia Cattori: ¿A qué tipo de torturas le sometieron?
Sami al-Haj: Todo tipo de torturas físicas y psicológicas. Como todos los detenidos
eran musulmanes, la administración del campo los sometió a muchas formas de
acoso y humillación relacionadas con la religión. Con mis propios ojos vi a
soldados romper el Corán y tirarlo al retrete. Les vi, durante los
interrogatorios, sentarse sobre el Corán hasta que respondían a sus preguntas.
Insultaban a nuestras familias y a nuestra religión. Se burlaban de nosotros
fingiendo llamar a nuestro Dios, pidiéndole que viniera a salvarnos. El único
imán del campo fue acusado de complicidad con los detenidos y expulsado, en 2005,
por negarse a decir a los visitantes que el campo respetaba la libertad religiosa.
Nos pegaron. Se burlaban de nosotros con insultos racistas. Nos encerraron en habitaciones frías, bajo cero, con una
comida fría al día. Nos colgaban de las manos. Nos privaban del sueño y, cuando
empezábamos a dormirnos, nos golpeaban en la cabeza. Nos mostraban películas de
las sesiones de tortura más horrendas. Nos enseñaban fotografías de torturados:
muertos, hinchados, cubiertos de sangre. Nos mantenían bajo la amenaza
constante de trasladarnos a otro lugar para torturarnos aún más. Nos rociaban
con agua fría. Nos obligaron a hacer el saludo militar al himno nacional
estadounidense. Nos obligaron a llevar ropa de mujer. Nos obligaron a mirar
imágenes pornográficas. Nos amenazaban con violarnos. Nos desnudaban y nos
hacían caminar como burros, dándonos órdenes. Nos hacían sentarnos y
levantarnos quinientas veces seguidas. Humillaban a los detenidos
envolviéndolos en banderas israelíes y estadounidenses, que era su forma de
decirnos que estábamos encarcelados por una guerra religiosa.
Cuando a un detenido, mugriento y plagado de pulgas, lo sacan de su celda para someterlo a más
sesiones de tortura en un intento de hacerle colaborar, acaba por no saber ya
lo que dice ni siquiera quién es.
Me interrogaron y torturaron más de doscientas veces. El 95% de las preguntas eran sobre
al-Jazeera. Querían que trabajara como espía en al-Jazeera. A cambio, me
ofrecieron la ciudadanía estadounidense para mí y mi familia, y un pago en función
de los resultados. Me negué. Les dije repetidamente que mi trabajo era el de
periodista, no el de espía, y que mi deber era dar a conocer la verdad y
trabajar por el respeto de los derechos humanos.
Silvia Cattori: ¿Se atreve hoy a perdonar a sus torturadores?
Sami al-Haj: Por supuesto que les perdonaré si cierran Guantánamo. Pero si siguen
causando sufrimiento, acudiré a los tribunales y emprenderé acciones contra ellos.
Aunque sé que la administración Bush ha hecho mucho daño, sigo pensando que aún no es demasiado
tarde para que esta gente enmiende sus errores.
Hay que distinguir entre la administración y el pueblo. Los detenidos de Guantánamo saben que tienen amigos en Estados
Unidos, como el abogado que vino a Guantánamo y luchó por mi caso [Clive Stafford
Smith, director de la organización benéfica británica Reprieve].
Silvia Cattori: ¿Tengo razón al pensar que no fueron capaces de doblegarle?
Sami al-Haj: Porque no estoy solo, y hay gente que me apoya, este sentimiento me da
fuerza. En la cárcel, saqué fuerzas de la creencia de que ningún hombre libre
puede aceptar estar en esta posición de inferioridad y deshumanización. Sientes
dolor y tristeza, pero estás decidido a mantener viva la esperanza de que todo
acabará; y la idea de que, incluso en la cárcel, es posible seguir trabajando
como periodista, hace que el sufrimiento sea más llevadero.
Silvia Cattori: Cuándo estaba en Guantánamo, ¿sabía que fuera había gente que luchaba
por su liberación?
Sami al-Haj: En realidad no sabía nada de ellos, porque en la cárcel es muy difícil
recibir noticias, aunque tengas un abogado, porque no le permiten contarte
nada. Ahora sí conozco a quienes trabajan por los derechos humanos y a quienes
no están de acuerdo con la administración Bush. Creo que cada día su voz es más fuerte.
Silvia Cattori: Tu hermano, cuando te volvió a ver, dijo que parecías un anciano. ¿Es
así como se siente?
Sami al-Haj: Personalmente, lo que cuenta es mi corazón, y no mi cara o mi cuerpo.
Siento que mi corazón es tan joven como siempre, y más fuerte que antes.
Silvia Cattori: ¿Así que fue una experiencia muy dolorosa, pero de hecho ha salido de
ella con beneficios imprevistos?
Sami al-Haj: Así es. He podido cosechar algunos beneficios de mi estancia en
Guantánamo. Antes de ir allí, sólo tenía una familia pequeña. Ahora tengo una
familia grande, ya que he ganado cientos de amigos de todo el mundo. Esto es
muy positivo: Puede que haya perdido seis años y medio, pero ahora tengo más amigos.
Silvia Cattori: ¿Se le sigue considerando un "combatiente enemigo"?
Sami al-Haj: No lo sé, pero cuando me liberaron me dijeron: "Ahora ya no eres
un peligro para Estados Unidos".
Silvia Cattori: ¿Y su nombre ya no figura en la "lista de terroristas"?
Sami al-Haj: No lo sé. Creo que para ellos, todas las personas a las que
etiquetaron como "terroristas" seguirán siéndolo. Y que ahora nos
tienen miedo porque nos hicieron sufrir sin motivo.
Silvia Cattori: ¿Cree que los agentes de la CIA seguirán espiándole?
Sami al-Haj: Sí. La verdad es que no tengo nada en contra del país ni de su gente.
Si la administración Bush enmienda sus errores, no tendré nada de qué quejarme.
Silvia Cattori: ¿Le sorprendió que, al salir, un oficial del Pentágono que le vio con
un bastón le acusara de manipuladora?
Sami al-Haj: Los funcionarios del Pentágono afirman que los detenidos de Guantánamo
eran criminales, pero en realidad 500 de ellos han regresado ya a casa. ¿Cómo
se les ha permitido salir si realmente eran criminales? Siguen mintiendo.
Silvia Cattori: Otros dos sudaneses fueron liberados
al mismo tiempo que usted: Amir Yacoub al-Amir y Walid Mohamed Ali. ¿Cómo están ahora?
Sami al-Haj: El gobierno sudanés los ha tratado muy bien. Nos recibieron a los tres
personalmente en el aeropuerto. A pesar de que los estadounidenses me habían
quitado el pasaporte, me dieron uno nuevo en dos horas, y no me impidieron
viajar fuera de Sudán.
Silvia Cattori: En Guantánamo, ¿los soldados le llamaban por su nombre o por su número
de detenido, "número 345?"
Sami al-Haj: Nunca me llamaron por mi nombre, sólo "tres, cuatro, cinco",
mi número de preso. Hacia el final me llamaron "al-Jazeera". Sólo los
funcionarios de la Cruz Roja me llamaban por mi nombre.
Silvia Cattori: ¿Le visitaban a menudo estos funcionarios?
Sami al-Haj: Cuando estaban autorizados a visitarnos, cada dos o tres meses.
Hablaba con ellos y me traían cartas de mi familia.
Silvia Cattori: La administración Bush y los oficiales encargados de torturarle sabían
que usted era un buen hombre, un periodista que sólo intentaba denunciar la
brutalidad con la que trataban al pueblo afgano, no un "terrorista".
¿Sabe por qué le trataron tan mal?
Sami al-Haj: La mayoría de los soldados seguían órdenes de sus superiores. Llevaban
a cabo torturas sin remordimientos de conciencia. Pero para ser fiel a lo que
ocurrió debo decir que algunos de ellos eran buenos hombres. Algunos soldados
usaron el cerebro.
Silvia Cattori: Los agentes de la CIA escribieron un informe sobre las torturas en
Guantánamo. Cuándo le torturaban, ¿sentía que le observaban, que hacían
experimentos con usted?
Sami al-Haj: Estábamos bajo la supervisión constante de psicólogos militares. No
estaban allí para tratarnos, sino para participar en los interrogatorios,
observando a los prisioneros torturados para que no se les escapara ningún
detalle de su comportamiento. Los interrogatorios eran responsabilidad del
coronel Morgan, médico especialista en psiquiatría. Este coronel estaba
destinado en Guantánamo desde marzo de 2002. Había servido en la prisión afgana
de Bagram desde noviembre de 2001. Daba instrucciones a los oficiales que nos
torturaban, estudiaba nuestras reacciones y anotaba todos los detalles para poder
adaptar las técnicas de tortura a cada detenido, lo que tenía profundas
consecuencias psicológicas.
Hablé con ellos. Les dije que la misión de un médico es honorable, ayudar a la gente, no torturarla.
Me respondieron: "Somos militares y debemos respetar las normas. Cuando un
oficial me da una orden, es mi deber cumplirla, de lo contrario me encarcelarán
igual que a ustedes. Cuando firmé un contrato con el ejército, me di cuenta en
ese momento de que debía obedecer todas las órdenes".
Silvia Cattori: Entre las técnicas de tortura utilizadas en Guantánamo, veo
similitudes con las que se utilizan en Israel con los presos políticos
palestinos. La privación del sueño, por ejemplo, es su especialidad.
Sami al-Haj: Creo que la mayoría de los servicios de inteligencia del mundo
vinieron a Guantánamo. Vi británicos y canadienses. Vinieron a informarse sobre
las técnicas de interrogatorio y también a dar consejos a la CIA y al FBI sobre
cómo torturar e interrogar a partir de lo que habían aprendido.
Silvia Cattori: ¿Puede dormir fácilmente?
Sami al-Haj: No como antes de Guantánamo. Ahora sólo duermo de tres a cuatro horas.
Hoy, cuando me encontré con gente de la Cruz Roja, les pedí que me ayudaran a
superar mis problemas y que me recomendaran un médico que pudiera ayudarme.
Siete años no es poco tiempo.
Silvia Cattori: ¿Hacer huelga de hambre no era una especie de tortura autoinfligida?
¿Por qué lo hizo durante periodos tan largos, mientras sus carceleros
aprovechaban para infligirle aún más sufrimiento y humillación?
Sami al-Haj: Porque sentíamos que no podíamos quedarnos callados, teníamos que
hacer algo. Era la única forma que teníamos de hacer oír nuestra voz. Hacer
huelga de hambre es, por supuesto, una forma muy dolorosa de actuar y es
difícil de soportar. Pero cuando te quitan la libertad tienes que luchar para
recuperarla. Era nuestro último recurso para decirle a la administración Bush
que un detenido tiene dignidad, que no puede vivir sólo de pan y que la
libertad es más importante.
Silvia Cattori: ¿Cómo era cuando te alimentaban a la fuerza?
Sami al-Haj: Cuando había más de 40 detenidos en huelga de hambre, la
administración del campo intentó acabar con nuestra resistencia sometiéndonos a
más torturas. Nos encerraron en cámaras frigoríficas, nos desnudaron y nos
impidieron dormir durante largos periodos. Dos veces al día los soldados nos
ataban a una silla especial. Nos ponían una máscara en la cara y nos
introducían un gran tubo en la nariz, no en el estómago. La ración normal era
de dos latas, pero nos castigaban inyectándonos 24 latas y seis botellas de
agua. El estómago, encogido por las largas huelgas de hambre, no aguanta
semejantes cantidades. Añadieron productos que provocan diarrea. El detenido,
sentado en esa silla durante más de tres horas, vomitaba continuamente. Nos
dejaban entre el vómito y los excrementos. Cuando terminaba la sesión,
arrancaban el tubo con violencia y, al ver la sangre que manaba, se reían de
nosotros. Como utilizan tubos infectados que nunca se limpian, los detenidos
sufren enfermedades que no se tratan.
Silvia Cattori: ¿Fue gracias a esa larga huelga de hambre que le pusieron en libertad?
Sami al-Haj: No sólo gracias a eso, sino que fue uno de los factores que llevaron a
la administración a ponerme en libertad.
Silvia Cattori: ¿Qué pensar de las confesiones de Khalid Sheikh Mohammed, en las que
admite haber organizado más de 30 atentados terroristas en diecisiete países?
Sami al-Haj: Es posible que le torturaran hasta el punto de que dejó de ser él
mismo. Nunca lo conocí porque lo internaron en un campo especial. Un oficial me
dijo que estaba muy malherido. Estoy seguro de que puede imaginárselo: lo
sometieron a torturas horribles.
Silvia Cattori: Cuando Estados Unidos dice que es el "terrorista número 3 de Al
Qaeda", ¿se parece eso a la verdad?
Sami al-Haj: Sinceramente, no me creo nada que venga de la administración Bush.
Porque a mí también me acusaron de ser un "terrorista". Y sé mejor
que nadie cuál es la verdad. Esa gente miente demasiado. No me creo ni una sola
palabra que venga de ese gobierno. Conozco a un prisionero al que torturaron
tanto que al final dijo: "Yo soy Osama Bin Laden". Dijo lo que
querían oír para que terminara la tortura.
Silvia Cattori: Entonces, ¿es Al Qaeda una creación de las agencias de inteligencia occidentales?
Sami al-Haj: Por lo que a mí respecta, nunca en mi vida he conocido a nadie que me
haya dicho: "Pertenezco a al-Qaeda".
En Guantánamo conocí a la mayoría de los
detenidos porque la política de los guardias era no permitir que los presos
convivieran durante mucho tiempo en la misma celda. Nos trasladaban cada
semana. Así que llegamos a conocer a otras personas. Los hombres que conocí
allí son toda gente pacífica.
Desde que me fui, he hablado con más de cien de ellos. Los que estaban casados han retomado su vida
y los demás se han casado.
Silvia Cattori: ¿Los que sacan fuerzas de la oración tienen más posibilidades de salir
de la locura?
Sami al-Haj: ¡Por supuesto! Si sientes que alguien está ahí contigo, especialmente
Dios, serás paciente y siempre consciente de que Dios es más poderoso que los
seres humanos. Debo rezar a Dios y darle las gracias. También debo dar las
gracias a todos los que me han apoyado. Creo que aunque me pasara toda la vida
dando las gracias, no conseguiría agradecérselo a todos. Ahora, con mi trabajo
centrado en los derechos humanos, quizá pueda contribuir a hacer más feliz la
vida de otras personas.
Silvia Cattori: Creo que los medios de comunicación y las ONG de este país no han dado
la importancia que se merecía a la defensa de los derechos de estos presos
musulmanes. Durante mucho tiempo denunciar los abusos cometidos contra ellos
fue visto como una muestra de simpatía hacia los "terroristas".
¿Sabía que, por ejemplo, los responsables de Reporteros sin Fronteras, cuya
misión es proteger a los periodistas, fueron criticados por esperar cinco años
antes de hablar de su caso?
Sami al-Haj: Desgraciadamente, la gente creyó todo lo que le dijo el gobierno de
Bush. Ahora que saben que no era cierto, pondrán las cosas en su sitio. Como ya
he dicho, si alguien comete un error, no es un problema: el problema está en
perseguir el error.
Si los periodistas no se sienten concernidos cuando otros periodistas son encarcelados en el ejercicio de su profesión,
quizás un día esos mismos periodistas se encontrarán en la cárcel y no habrá
nadie que les defienda. Debemos trabajar juntos, ocupándonos de todos y cada
uno de los casos. Por eso, si nos enteramos de que han encarcelado a un
periodista, es nuestro deber apoyarle, sea cual sea su color o su religión.
Como periodista, quiero comprometerme a apoyar a los periodistas que trabajan en defensa de los
derechos y la libertad. Queda mucho trabajo por hacer. No debemos detenernos
ante nada para conseguir la liberación de quienes están encerrados en Guantánamo
y en las innumerables cárceles secretas donde el gobierno de Bush está privando
de sus derechos a decenas de miles de personas.
La experiencia de Guantánamo nos afectó profundamente. En lo que quiero centrarme es en la
necesidad y la importancia de la defensa de los derechos humanos. Después de
todo el daño que se ha hecho, creo que ahora todo el mundo se siente más
preocupado. No es aceptable abandonar a estas personas que están sufriendo.
Tenemos la responsabilidad urgente de mostrarnos solidarios con ellos.
Al-Jazeera espera colaborar con los medios de comunicación libres para recabar información
relativa a los derechos humanos y las libertades. Pido a todos los periodistas
que colaboren con nosotros en esta tarea. En Guantánamo había más de 50 nacionalidades:
se trata de un problema mundial, y no sólo de detenidos individuales.
Es vergonzoso que en nuestra sociedad, personas inocentes que han sido vendidas se encuentren
encerradas en jaulas, y que esta violación de los derechos básicos sea obra de
un país que se proclama garante de los derechos y las libertades.
No siento odio. Respetamos a los ciudadanos de Estados Unidos. Es su gobierno actual el que
debe asumir la responsabilidad de las consecuencias de estas acciones.
Los derechos humanos y la seguridad son inseparables: no puede haber seguridad sin respeto de los
derechos fundamentales.
Silvia Cattori: Tiene usted razón al pedir a las personas decentes y a los periodistas
que no acepten la violación de las leyes internacionales y el trato cruel y
degradante de seres humanos. Pero esta política no habría podido durar si no
hubiera contado con el apoyo tácito de los gobiernos de las superpotencias: fue
con su consentimiento como se torturó a los etiquetados como "combatientes
enemigos". La Patriot Act, por ejemplo, aprobada tras el 11 de septiembre
en Estados Unidos, contó con el apoyo de todos los países europeos. Fue en el
marco de estos acuerdos secretos que los agentes de la CIA y del FBI pudieron
secuestrar y torturar a miles de hombres inocentes como usted en Europa.
Sami al-Haj: Quiero decirle lo siguiente: No creo en las acciones de los gobiernos.
Porque cualquier gobierno, en cualquier país, prefiere gobernar sin enfrentarse
a los problemas reales de la gente. Puede que, a veces, hable en apoyo de una
determinada causa, pero en realidad no la apoya. Los gobiernos sólo se
pronuncian por razones políticas oportunistas. E incluso pueden, por
conveniencia política, afirmar que apoyan algo en lo que no creen. Olvídense de
los gobiernos, porque ellos tienen su propia agenda. Sí, debemos seguir
trabajando duro para defender los derechos y las libertades de todos.
Silvia Cattori: ¿Es justo concluir que los "terroristas" tal y como nos los
presentan la administración Bush y los medios de comunicación no existen?
Sami al-Haj: Puedo asegurarle que los detenidos de Guantánamo que conocí no son
"terroristas". Tuve la oportunidad de hablar con ellos y conocerlos:
son pacifistas.
Silvia Cattori: Entonces, ¿fueron detenidos porque había que demostrar a los demás
países europeos que los "terroristas" musulmanes existían realmente?
Sami al-Haj: Nos detuvieron después de los atentados del 11 de septiembre, de los
que todavía no se ha podido encontrar a los responsables. El presidente Bush no
quería decir: "He cometido errores, no he sido capaz de mantener la
seguridad nacional". Dijo: "Vamos a iniciar una guerra contra el
terror". El resultado es que no ha aportado seguridad a nadie.
Bombardeó Afganistán, envió soldados a hacer la guerra a naciones enteras, pero no detuvo a las
personas que se propuso detener. Pagó a los paquistaníes a cambio de que
empezaran a detener a personas y las entregaran a su administración.
El 89% de los prisioneros de Guantánamo fueron comprados, a cambio de divisas, a las
autoridades pakistaníes. ¿Dónde los encontraron? Los encontraron en Pakistán,
no en Afganistán.
Silvia Cattori: ¿Luego torturaban a esos prisioneros con la promesa de que se acabaría
si aceptaban convertirse en espías de la CIA? ¡Qué sistema tan aterrador!
Sami al-Haj: Sí. Esperemos a que el presidente Bush deje el poder. Cuando haya
dejado su escaño, estoy seguro de que mucha gente tendrá algo que decir sobre
sus fechorías.
Silvia Cattori: Su testimonio es muy importante. Su juventud ha sido destruida. Y, sin
embargo, tiene la magnanimidad de transformar este desastre en algo
constructivo. Te niegas a considerarte una víctima. Es usted realmente
increíble. Muchos presos deben de estar esperando la ayuda de personas como usted.
Sami al-Haj: Debemos trabajar duro para que todos los que siguen apoyando a la
administración Bush se sientan avergonzados de sus actos. En ese momento, nadie
les ayudará. Y cuando nadie les ayude, dejarán de hacerlo.
Todo el episodio de Guantánamo es una enorme mancha negra. La administración Bush intentó engañar a la opinión pública
diciendo que éramos terroristas. Pero la gran mayoría de esos hombres que
fueron encarcelados son inocentes, como yo.
Silvia Cattori: Gracias por concedernos esta entrevista.
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